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Por núcleo entendemos algo que es el verdadero centro de lo que significa ser humano, entonces la filosofía parece una elección obvia.
Contrariamente a la percepción popular de la filosofía como una materia árida y anticuada, el autor nos recuerda que la mente y el cuerpo no están separados, sino que forman una unidad inseparable que denomina “ser humano”. Esta visión holística va en consonancia con el propósito central de la filosofía según Sócrates: “conócete a ti mismo”.
En la búsqueda por conocernos mejor, los primeros anatomistas diseccionaron el cerebro, solo para descubrir que no había un pequeño controlador homúnculo ni una luz etérea espiritual que delatara nuestras cualidades cuasi divinas. En su lugar, encontraron solo una masa gris y húmeda de materia orgánica.
Siguiendo esta analogía al núcleo de nuestro ser, el autor señala que nuestro centro anatómico está compuesto por una serie de sacos húmedos y viscosos: nuestros órganos. Lejos de ser estructuras estables, estos órganos necesitan moverse y deformarse para mantenerse saludables, masajeados por el movimiento natural del cuerpo y la respiración.
Esta observación lleva al autor a cuestionar la noción de un “núcleo sólido” de músculos, argumentando que tal rigidez restringiría la movilidad necesaria para la salud de los órganos. En su lugar, aboga por la adaptabilidad del núcleo muscular, reflejando la naturaleza acuosa del 60% de nuestro ser.
El agua, ese fundamento casi sin forma que el filósofo Chuang Tzu llamó “el caos”, es lo que permite que nuestra estructura sea “suave y flexible como el agua”, confiriendo una fuerza que “nada puede resistir”. Según las antiguas enseñanzas del Tao Te Ching, lo blando y fluido pertenece a la vida, mientras que lo rígido e inflexible pertenece a la muerte.
Al igual que un junco que se dobla con el viento en lugar de romperse como un roble rígido, nuestro núcleo debe ser capaz de adaptarse a las demandas cambiantes de la vida. Como seres humanos, hemos evolucionado para “adaptarnos o perecer”, encarnando el “imperativo inexorable de la naturaleza”.
La artista Rachel Whiteread captó metafóricamente este concepto al llenar una casa victoriana con hormigón y luego retirar la estructura, dejando solo el molde negativo del espacio interior. Nuestro cuerpo acuoso sería un desafío igualmente fluido para moldear con precisión.
En lugar de un núcleo sólido de hormigón, el autor aboga por un entrenamiento que fomente un núcleo capaz de gestionar y adaptarse a la variedad de demandas de la vida. Un núcleo que abrace la fluidez y la incertidumbre inherentes a nuestra naturaleza interior.
Al reflexionar sobre este texto, varios temas resuenan profundamente:
1. La interconexión de mente y cuerpo
Lejos de la dualidad cartesiana, el concepto de “humano” nos recuerda que somos seres unificados, donde lo físico y lo mental están intrínsecamente entrelazados. Conocer nuestro cuerpo es una vía hacia el autoconocimiento preconizado por Sócrates.
2. El abrazo de la fluidez
Nuestro núcleo interior no es un bloque sólido, sino una colección de órganos blandos y maleables que requieren movimiento y adaptación para una óptima salud. Al igual que el agua, nuestra esencia es fluida y cambiante, y nuestras estructuras externas deben reflejar esa cualidad.
3. La importancia de la adaptabilidad
Como el junco que se dobla con el viento, nuestra capacidad de adaptarnos a las circunstancias cambiantes ha sido fundamental para la supervivencia y el progreso de la humanidad. Un núcleo rígido e inflexible nos dejaría quebrados ante los desafíos de la vida.
4. La enseñanza de la incertidumbre
Así como no encontramos un controlador homúnculo dentro de nuestro cerebro, tampoco hay certezas absolutas en nuestro viaje de auto-descubrimiento. El camino hacia el autoconocimiento requiere abrazar la incertidumbre y el “caos” inherente a la existencia humana.
En un mundo que a menudo exige respuestas definitivas y soluciones rápidas, este texto nos invita a desacelerar y reconectarnos con la fluidez y la adaptabilidad que residen en nuestro núcleo. Nos recuerda que la rigidez puede ser una trampa, y que la verdadera fuerza yace en la capacidad de doblarse sin romperse.
Ya sea en nuestras prácticas de movimiento, nuestros enfoques hacia el bienestar o nuestra navegación por los desafíos de la vida, cultivar un núcleo adaptable nos permite fluir con las corrientes cambiantes en lugar de resistirlas. Es una invitación a ser como el agua: suaves y permeables, y sin embargo, con una fortaleza silenciosa que “nada puede resistir”.
En última instancia, este texto es un recordatorio de que conocernos a nosotros mismos es un viaje continuo de autodescubrimiento, donde la fluidez, la incertidumbre y la adaptabilidad son nuestras guías más confiables. Al abrazar estas cualidades en nuestro núcleo, quizás podamos acercarnos un poco más al misterio de lo que significa ser verdaderamente humanos.